Jorge Guillén (1893-1984)
TÚ, TÚ, TÚ …
¡Tú,
tú, tú, mi incesante
primavera profunda
mi río de
verdor
agudo y aventura!
¡Tú,
ventana a lo diáfano:
desenlace de aurora,
modelación del
día:
mediodía en su rosa,
tranquilidad
de lumbre:
siesta del horizonte,
lumbres en lucha y
coro:
poniente contra noche,
constelación
del campo,
fabulosa, precisa,
trémula hermosamente,
universal
y mía!
Gerardo Diego (1896-1987)
EL
CIPRÉS DE SILOS
Enhiesto
surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu
lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí
mismo en loco empeño.
Mástil
de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de
esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al
azar, mi alma sin dueño.
Cuando
te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y
ascender como tú, vuelto en cristales,
como
tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios
verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Dámaso Alonso
(1898-1990)
INSOMNIO
Madrid
es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según
las últimas estadísticas).
A
veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en
este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y
paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o
fluir blandamente la luz de la luna.
Y
paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando
como un perro enfurecido,
fluyendo
como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y
paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole
por qué se pudre lentamente mi alma,
por
qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad
de
Madrid,
por
qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el
mundo.
Dime,
¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes
que se te sequen los grandes rosales del día,
las
tristes azucenas letales de tus noches?
Vicente Aleixandre (1898-1994)
UNIDAD
EN ELLA
Cuerpo
feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde
contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian
fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu
forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre
mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa
indescifrable llamada de tus dientes.
Muero
porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero
vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío,
sino el caliente aliento
que si me acerco quema y
dora mis labios desde un fondo.
Deja,
deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu
purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus
entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero
amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu
sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros
extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este
beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló
hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es
todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un
crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi
cuello amenaza,
pero que
nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Luis Cernuda (1902-1963)
QUISIERA
ESTAR SOLO EN EL SUR
Quizá
mis lentos ojos no verán más el sur
de
ligeros paisajes dormidos en el aire,
con
cuerpos a la sombra de ramas como flores
o
huyendo en un galope de caballos furiosos.
El
sur es un desierto que llora mientras canta,
y
esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia
el mar encamina sus deseos amargos
abriendo
un eco débil que vive lentamente.
En
el sur tan distante quiero estar confundido.
La
lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su
niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su
oscuridad, su luz son bellezas iguales.
DONDE
HABITE EL OLVIDO
Donde
habite el olvido,
En
los vastos jardines sin aurora;
Donde
yo sólo sea
Memoria
de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre
la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde
mi nombre deje
Al
cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde
el deseo no exista.
En
esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No
esconda como acero
En
mi pecho su ala,
Sonriendo
lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí
donde termine este afán que exige un dueño a imagen
suya,
Sometiendo
a otra vida su vida,
Sin
más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde
penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo
y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde
al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto
en niebla, ausencia,
Ausencia
leve como carne de niño.
Allá,
allá lejos;
Donde
habite el olvido.